La Madre de la Caridad recorre con cariño la llanura principeña
Por: Carlos A. Peón Casas
I
Con olas por estandarte/llegaste a la patria mía/para fundar aquel día/un lugar donde quedarte/ pudo el pueblo así adorarte/ con su fe sencilla y pura/ remontándose a la hondura/ del Amor que en ti nos salva/ desde el ocaso hasta el alba/ desde el llano hasta la altura.
Pequeña y morena, recorres la planicie principeña, te vistes de verde y ocre, con el paisaje donde pareces flotar, como en el calmado mar de tu bendita aparición. De ese mismo océano mediterráneo, donde un día se levantó esta bienaventurada tierra, que tú has elegido habitar y bendecir. Eres la Madre de todos, y te haces presente en este particular llano, que recorre la geografía del Camagüey una y otra vez legendario, al que el poeta llamara de “pastores y sombreros”. La Madre con muchos nombres: Caridad, Cachita, la Mambisa, la del Cobre… todos a uno hablando del Amor que es Uno… del que salva y resucita……
II
Presides nuestro destino/ como Madre singular/ que a sus hijos sabe dar/ aliento para el camino/ por ti se hace peregrino el que busca la verdad/ y confiado en tu bondad/ el que sufre y el que llora/ te ofrece su amarga hora/ y en ti funda su heredad.
Contigo van todos tus hijos, pues para ti, como Madre impar, todos valen lo mismo; y los arropas con tu mirada consoladora, y les das paz en medio de la tribulación y el dolor. Contigo van, a ti suplican, cantan, lloran y ríen a un tiempo. Se arroban delante de tu pequeña imagen, como tantos otros, los que ahora moran en lejanas playas, y anhelan tu consuelo y sueñan con volver a tu lado. Todos a un tiempo son tus hijos, todos a una, los preciados retoños que cuidas con desvelo, y por los que imploras al Padre de todo consuelo, desde tu inabarcable corazón maternal.
III
Madre del pueblo cubano/ danos hoy tu bendición/ y acepta en tu corazón/al que te tiende su mano/ ten compasión del hermano/ que en ti pone su confianza/se mar de dulce bonaza/ para el que busca tu amparo/ y en la borrasca sé el faro/ que alumbre nuestra esperanza.
La oración de tus hijos sube como el incienso, y en cada tramo de tu lento pero gracioso caminar, las manos se alzan al Cielo, y se confunden con el azul infinito que habla de lo Eterno, lo inclaudicable, lo imperecedero… La llanura es vasta y a lo lejos se pierde en sobrada lontananza. Tus pasos breves, pero firmes, siguen recorriendo el corazón de esta tu tierra, que reverdece con tu presencia, desde el espíritu sediento de amor de tus retoños, que claman a ti desde lo hondo, y te ofrecen a tu paso singular, lo mejor y más tierno de sus sueños, desvelos y esperanzas.
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